Espacios del miedo
“El espacio no es un objeto científico descarriado de la ideología o de la política; siempre
ha sido político y estratégico.” (Lefebvre, 1976, p.46), lo que significa que los espacios se
construyen a través de procesos sociales e históricos, donde el cuerpo no está exento, ya que
también es un lugar que se construye según la sociedad y las prácticas que se realicen en los
distintos espacios.
Las emociones nos llevan a comportarnos de una manera determinada u otra porque
organizan nuestro pensamiento y conducta individual que, nos permite relacionarnos y
socializar con los demás de diferentes formas. Una de esas emociones es el miedo, que,
normalmente, nace de la sensación de amenaza, ya sea real o imaginaria, o de peligro, ligadas a
la repetición de estereotipos que la sociedad tiene arraigados (Sandoval y Jiménez, 2022). En
este contexto, el miedo a la violencia urbana tiene componentes de género específico,
diferenciando claramente el miedo de los hombres y las mujeres (Soto, 2012).
El miedo que vemos en la sociedad está sumamente relacionado con la raza, clase, edad,
orientación sexual y, sobre todo, con el género. Desde una perspectiva de género femenino,
vemos cómo ciertas características de lugares de la ciudad, junto con otros factores como si es
de día o de noche, si hay gente o no, etc. hacen sentir incómodas a las mujeres que transitan por
esos espacios o hacen percibir esos lugares como peligrosos. De esta forma, podemos observar
que hay una gran exclusión de este sector en la ciudad o en muchos lugares de ésta (Añover,
2014).
Como hemos mencionado anteriormente, los sentimientos y las percepciones de miedo en
los espacios están condicionados por nuestra propia experiencia, que influye en la manera de
comportarnos en dichos lugares. Es debido a esto que, se considera necesario situar la
experiencia femenina en el espacio urbano para estudiar la relación entre la ciudad, sus espacios
y las inseguridades que existen en sus zonas (Patiño-Díe, 2016).
Mercedes Zúñiga (2014), en su estudio de las violencias contra mujeres en espacios
públicos, resaltó que, en estos espacios, conviven simultáneamente las relaciones de poder y el
ejercicio de la libertad, tanto individual como colectiva. Las mujeres se ven a sí mismas como
un objeto de deseo para los hombres de la zona y, a la vez, son invisibles en cuanto a derechos
se refiere, teniendo que tomar precauciones de seguridad como no entrar en contacto con
desconocidos o modificar horarios y rutas (Sandoval y Jiménez, 2022).
Los resultados de la investigación que llevó a cabo Añover (2014) muestran que, existe,
por un lado, existe la violencia simbólica, las normas que están socialmente aceptadas y que
están enraizadas en el tiempo, como son los roles de género; y, por otro lado, existe la violencia
estructural, la violencia en la que la acción se produce a través de mediaciones institucionales o
estructurales, es decir, las instituciones no hacen nada para terminar con esos espacios del miedo