Uno de los aparatos más poderosos y preponderantes de la historia es sin duda la
perspectiva que abre una nueva época: la del Renacimiento. Se trata de una búsqueda fidedigna
de la representación del espacio que propició la construcción de máquinas como el Portillo de
Durero, el Velo de Alberti, el Perspectógrafo de Vignola, Instrumento de Lancio de Urbino,...
Todas ellas pensadas para llegar a una traducción fiel de la observación y a la comprensión de la
naturaleza transformando el espacio psicofisiológico en un espacio matemático geométrico
(Kemp, 1992:597-601). Todos esos inventos construidos y nacidos de la perspectiva
proporcionan el punto de vista desde el que mirar y operar para poder luego romper ese otro
punto de observación que construye y reconstruye el mundo. En palabras de Hans Belting «La
mirada icónica que la perspectiva induce no es un mirar iconos sino una mirada convertida en
imagen» (2012a: 21).
Ese afán experimental de los siglos XVI-XVII provoca la creación de aparatos que
expresan la tradición de la mirada y sus numerosas teorÃas de la percepción. La perspectiva se
inserta dentro de las doctrinas del conocimiento del mundo que regula las formas de vida.
La perspectiva es ese aparato que proporciona otra temporalidad, la del instante, un
tiempo uniforme y cuantitativo que conduce al concepto de multiplicidad. El tiempo ya no es
homogéneo sino una suma de instantes, este hecho supuso un acontecer en la concepción
espacio temporal. Según Max Weber ese concepto del tiempo sigue vigente en la actualidad y es
entendido como desengaño o también como el hacinamiento de las reliquias que será para
Benjamin el sentido del progreso (Déotte, 2013a: 276). Al mismo tiempo, lo perspectivo lleva
implÃcito la subjetivación porque nos muestra un punto de vista que se identifica con el sujeto,
un sujeto que siempre está presente, como en el panóptico de Foucault o el gran hermano de
George Orwell. La singularidad de la cosa transformada en subjetividad metafÃsica. Ese mismo
sujeto se volverá ego cogito en Descartes y, a la vez, colectividad a priori; el nosotros social.
Basado en esas exploraciones se encuentra el trabajo de Giulio Paolini que, desde los
años 60, investiga las bases de construcción de la imagen a través de lo que conocemos como
ventana de Leonardo, produce imágenes sometidas a la construcción en perspectiva y, sobre
todo, muestra esa bipolaridad que se produce entre el mirar y el ser mirado. El triunfo della
rappresentazione (ceremonial: el artista está ausente) 1984 [fig. 1] e Immacolata Concezione
(senza titola /senza autor) 2008 revelan la imagen de forma teatral; la disposición de las
máquinas de mirar establece un código en que la repetición se erige como principal protagonista
de la obra. Una sucesión de imágenes caleidoscópicas en bucle, la mirada como un laberinto de
espejos. Todo ello se da a modo de metáfora óptica. Paoli juega con la experiencia de la
simultaneidad de lo presente y lo ausente. Se trata de una invitación al espectador a introducirse
en el interior de la representación, como apuntarÃa Vattimo: «Realidad, para nosotros, es más
bien el resultado de entrecruzarse […] de las múltiples imágenes, interpretaciones y
reconstrucciones que compiten entre sû (Vattimo, 1996: 81).