Destacar en esta misma dirección los miniteatros móviles de Hans-Peter Feldmann 'Das
Schattenspiel (The Shadow Play)' 2002, que dejan ver la atracción melancólica por los aparatos
e instrumentos portadores de imágenes de proyecciones estroboscópicas. Todos ellos presentan
sus obras bajo ese deseo de transmitir movimiento y, sobre todo, otra manera de hacer ver.
Parafraseando a Juan Martín Prada «El arte, es en última instancia, pues, no tanto como algo
distinto que se da a ver, sino, sobre todo, como la exigencia de un tipo distinto de mirada»
(2018b: 54).
La antesala del cine: la linterna mágica
Estas obras estroboscópicas conducen inevitablemente a esos otros creadores del pasado
que, a su vez, también fueron influenciados por los adelantos de su tiempo en materia de
observación, conceptos de distorsión, fragmentación,... y que dieron lugar a esos maravillosos
espectáculos que proporcionaba una de las máquinas más significativas del momento en la
antesala de la aparición del cine: la linterna mágica (Milner, 1990:11-13). Se trata de un
artilugio sucesor de la cámara oscura, creación atribuida con frecuencia al jesuita alemán
Atanasio Kircher. Conocida en el siglo XVII y reservada a las clases pudientes, pasarán dos
siglos para que la linterna mágica se convierta en un poderoso medio de comunicación de masas
a escala mundial (Lorenzo, 2007:154-58). Los avances técnicos, industriales y expresivos de la
linterna mágica se ponen al servicio del estudio de la Magia Representativa, e introduce ese
efecto extraño de la imaginación en la representación de lo irreal. Criaturas monstruosas,
criaturas híbridas, figuras mitológicas, escenas de atmosferas misteriosas,… penetran por los
límites fantásticos de la sala y acercan a los espectadores a las novelas góticas que hicieron furor
en las postrimerías del siglo XVIII. En uno de sus poemas advirtió sor Juana Inés de la Cruz
sobre el poder de la imagen producida por el fantascopio como metáfora de la confusión
perceptiva que existe en el límite entre el sueño y la vigilia, un ilusionismo visual de la
entelequia que nos conduce al mundo de la fantasmagoría (De la Cruz, 2000: 297-98). Lo
fantástico desborda los límites de la realidad, una realidad entre paréntesis y, por tanto,
portadora de esos otros mundos.
No deja de ser curioso cómo la fantasmagoría, siendo un atractivo de la ciencia del
momento, tenía como objetivo limpiar los campos de lo imaginario de seres con una existencia
sobrenatural, permitiendo la apertura de una vía de acceso a las profundidades del ser, aquel
lugar en el que, por otro lado, habitan los sueños, lo irreal o lo virtual. Todos estos espectáculos
albergaban los experimentos recreativos de los gabinetes físicos al igual que un cierto gusto por
la seducción que metamorfoseaba la percepción normal del universo. Esta nueva forma de
imaginación penetra en el muro de las apariencias y materializa una nueva forma de satisfacer
ese vacío que dejó la ausencia de las creencias tradicionales. Ese otro escenario perceptivo
funciona a la manera de fetiche freudiano, y señala el potencial que tiene la imagen óptica y
todos sus derivados (fotografía, cine, televisión, holograma…) para construir modelos de
estrategias de ocultamiento que se introducen en el inconsciente del observador (Frutos,
2011:11-39).