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El arte de la mujer como reactivador de los vínculos con la Madre
Tierra a través del símbolo, el rito y la sacralidad
The art of women as a reactivator of the links with Mother Earth through
the symbol, the rite and the sacredity
Belén León-Río
Universidad de Sevilla
belenleon@us.es
Resumen:
Las mujeres artistas siempre han tenido un especial interés en la participación colectiva
de la sociedad y la ecología, donde el espectador pueda tomar consciencia de las limitaciones de
nuestro actual modelo social que ha perdido su relación con lo mistérico y con la naturaleza.
Desde el siglo pasado hasta la actualidad las artistas han reconocido a la Tierra como un
organismo vivo reactivado sus vínculos con la Diosa Madre a través del rito y lo sagrado, esto
se habría traducido a través de sus creaciones en símbolos que encarnarían las fuerzas y energías
que reproducen la acción universal que se oculta en la naturaleza. En este artículo, veremos el
significado simbólico de sus obras donde encontraríamos imágenes y asociaciones arquetípicas
análogas a mitos y ritos primitivos, constituyendo representaciones de totalidad donde la
naturaleza y el principio femenino se nos presentan en toda su plenitud y poder.
Sugerencias para citar este artículo,
León-Río, Belén (2023). El arte de la mujer como reactivador de los vínculos con la Madre Tierra a través del
símbolo, el rito y la sacralidad. Afluir (Ordinario VII), págs. 17-34, https://dx.doi.org/10.48260/ralf.7.130
LEÓN-RÍO, BELÉN (2023). El arte de la mujer como reactivador de los vínculos con la Madre Tierra a través
del símbolo, el rito y la sacralidad. Afluir (Ordinario VII), octubre 2023, pp. 17-34,
https://dx.doi.org/10.48260/ralf.7.130
Recibido 22/01/2023 Revisado 13/09/2023
Aceptado 19/09/2023 Publicado 30/10/2023
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Abstract:
Women artists have always had a special interest in the collective participation of society
and ecology, where the viewer can become aware of the limitations of our current social model
that has lost its relationship with the mysterious and with nature. From the last century to the
present, artists have recognized the Earth as a living organism, reactivating its links with the
Mother Goddess through ritual and sacredness; this would have been translated through their
creations into symbols that would embody the forces and energies that reproduce the universal
action that is hidden in nature. In this article, we will see the symbolic meaning of their works
where we would find archetypal images and associations analogous to myths and primitive rites,
constituting representations of totality where nature and the feminine principle are presented to
us in all their fullness and power.
Palabras Clave: Diosa-Madre, naturaleza, tierra, símbolo, arquetipo
Key words: Goddess-Mother, nature, earth, symbol, archetype
Sugerencias para citar este artículo,
León-Río, Belén (2023). El arte de la mujer como reactivador de los vínculos con la Madre Tierra a través del
símbolo, el rito y la sacralidad. Afluir (Ordinario VII), págs. 17-34, https://dx.doi.org/10.48260/ralf.7.130
LEÓN-RÍO, BELÉN (2023). El arte de la mujer como reactivador de los vínculos con la Madre Tierra a través
del símbolo, el rito y la sacralidad. Afluir (Ordinario VII), octubre 2023, pp. 17-34,
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El culto a la Gran Madre y la animación de la naturaleza en la actualidad
El poder mágico y la energía que se esconde en el principio femenino siempre ha estado
ligado profundamente a las fuerzas de la naturaleza, fuerzas que cautivaron al hombre desde los
primeros tiempos, dando a la mujer un poder prodigioso que según J. Campbell desembocó en
una preocupación por parte del hombre de destruir, controlar y emplear este poder para sus
provecho como atestiguan las leyendas de numerosas razas cazadoras primitivas que hablan
como las mujeres de aquellos tiempos remotos eran las únicas que poseían el arte mágico. La
leyenda de los ona de Tierra del Fuego relata como las mujeres que hacían uso de estos
conocimientos prohibidos a los hombres fueron masacradas por la logia Hain:
En los días en que krren (el sol) y kreeb (la luna) andaban por la tierra como
hombre y mujer y muchas de las grandes montañas durmientes eran seres
humanos: en aquellos días lejanos, sólo las mujeres de la tierra ona conocían
la brujería. Ellas tenían su propia logia a la que ningún hombre se atrevía a
acercarse. (como se citó en Campbell, 1991, pp. 358-359).
Según F. Hancar durante el paleolítico superior comienza en el hombre a surgir un
“sentimiento y reconocimiento de la mujer, especialmente durante sus periodos de preñez, como
el centro y la fuente de una fuerza mágica afectiva (como se citó en Campbell, 1991, pp. 358-
359). Esto habría conducido al hombre a enlazar simbólicamente la fertilidad de la mujer con la
maternidad de la naturaleza traduciéndose en el culto a la Madre Tierra, veneración que se
manifiesta por la gran cantidad de estatuillas de Venus encontradas en este periodo, halladas
muchas de ellas en posición vertical dentro de capillas. Para Carole Schneemann estas figuras
talladas de la Madre Tierra pertenecientes al Paleolítico y el Mesolítico fueron realizadas con
toda probabilidad por mujeres “pues la experiencia y complejidad de su propio cuerpo fue el
origen de conceptualizar o entremezclar materiales, de imaginar el mundo y componer sus
imágenes (como se citó en Taylor, 2000, p. 27). La diosa Madre era protectora del hogar, la
familia, las labores del campo o las del mar, extendiéndose su culto a las primeras sociedades
agrícolas de Oriente Próximo donde “el cuerpo femenino se experimentaba en su propia índole
como un foco de fuerza divina, y todo un sistema de ritos estaba dedicado a su misterio
(Campbel, 1991, p. 356). Para Campbell este papel asignado a la madre-diosa se puede ver en el
tiempo “examinando la <Letanía de Nuestra Señora>, romanocatólica que es dirigida a la
Virgen María (Campbel, 1991, p. 172). La Gran Diosa tanto lunar como marina se refleja en
los vocablos con los que la ortodoxia designa a la Virgen María en la liturgia donde se la
nombra como <luna espiritual>, <estrella del mar>, <reina del océano> (Durand, 1981, p.
217).
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A través de estas terminologías vemos como la tradición cristiana siempre tuvo presente a
la Madre Tierra mantenida por la devoción a la Virgen, este culto se mantuvo desde la Edad
Media en Europa un carácter animado y maternal de la naturaleza llegando esta visión hasta el
Renacimiento donde la tierra era considerada como un organismo vivo como corroboran estas
palabras de Leonardo da Vinci: “Podemos decir que la Tierra tiene un alma vegetativa, y que su
carne es la tierra; sus huesos la estructura de las rocas […] su respiración y su pulso, el flujo y
reflujo del mar.” (como se citó en Sheldrake, 2013, pp. 45-46)
En Europa al llegar la Reforma Protestante del siglo XVI, la supremacía del Dios Padre
quedó establecida junto a la desacralización de la naturaleza debido a la supresión del culto a la
Virgen, prohibiéndose la peregrinación a los santuarios. Este proceso llegó hasta el siglo XVII
convirtiendo a la naturaleza en una materia inanimada creada por Dios que obedecía a leyes de
un movimiento mecánico eterno: “La naturaleza dejó de ser reconocida como Madre, y también
de ser considerada viva. Se convirtió en la máquina del mundo, y Dios en el ingeniero
todopoderoso. (Sheldrake, 2020, p. 32) R. Sheldrake señala como Francis Bacon postulaba en
su época la conquista de la naturaleza por el hombre, equiparando su dominación con la
designación de todos los animales que realizó Adán en el Génesis y donde Eva no tomo parte al
ser creada después. Este hecho no tenía en cuenta la creación como algo nuevo, sino que el
dominio tecnológico de la naturaleza sería una recuperación del poder que otorgaba Dios al
hombre, como argumentaba el propio Bacon que consideraba la nueva ciencia “como un
<nacimiento masculino> que engendraría una <raza bendita de Héroes y Superhombres (como
se ci en Sheldrake, 1994, p. 55). Los miembros de la Royal Society que siguieron este
pensamiento del filósofo comenzaron a emplear el adjetivo “masculino» y su concepto de
sometimiento de la naturaleza como Robert Boyle que vituperaría a aquellos individuos que
veneraban la naturaleza, ya que esto limitaba el imperio que ejercía el hombre sobre las criaturas
de condición inferior, además de proponer que no se utilizara y se rechazara la palabra
naturaleza “tomada por una diosa o por una especie de semideidad” (como se citó en Sheldrake,
1994, p. 56). De esta forma la ciencia de finales del siglo XVII dejó de considerar la naturaleza
como femenina convirtiéndose “simplemente en materia inanimada en movimiento (Sheldrake,
1994, p. 56).
L. Irigaray afirma como el hombre siempre habría pretendido apropiarse de lo que recibe
de la Diosa, sin embargo, en este intento se habría desposeído perdiendo esta gracia, por lo que
el hombre vuelve a dirigirse a ella constantemente implorando de nuevo su favor, ya que al fin y
al cabo sería su depositario, aunque no lo pueda descifrar ni expresar: “Misterio que lo desborda
a él, pero que él ha percibido, al menos parcialmente, en el encuentro con Ella. (Irigaray, 2016,
p. 84) Sri Aurobindo señala como tanto en Europa como en Asia siempre habría existido la idea
de la existencia de una maternidad espiritual como verdad eterna, así en la tradición tántrica se
sustentaría en el aspecto de Shakti o Ishwari, haciendo “que todo dependa de la Madre Divina;
su propósito es poseer y dominar la naturaleza del mundo y alcanzar por este medio la
realización suprema (como se citó en Nieto, 2011, p. 101). La Madre sería una, pero se
presentaría con diferentes aspectos, siendo la divina Fuerza Consciente que dominaría toda la
existencia: La Madre es la consciencia y fuerza del Supremo y está más allá de todas sus
creaciones. (como se citó en Nieto, 2011, p. 102)
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R. Sheldrake llama la atención de como en la actualidad se estaría produciendo en
Occidente un reconocimiento de la Tierra como organismo vivo, siendo un paso esencial hacia
el reconocimiento también del cosmos como un ser viviente. Con el ascenso de los movimientos
ecológicos se estaría originando una reafirmación de la Madre Naturaleza, la cual tocaría una
cuerda sensible en millones de personas; nos reconecta con nuestra experiencia intuitiva
personal de la naturaleza y con su comprensión tradicional como algo vivo (Sheldrake, 1994,
p. 22). La nueva filosofía orgánica y holística de la naturaleza de los últimos sesenta años sería
una nueva concepción de animismo: “Implícitamente o explícitamente considera que toda la
naturaleza está viva. El universo como un todo es un organismo en desarrollo, y también lo son
las galaxias, los sistemas solares y las biosferas que comprenden entre ellas la Tierra.
(Sheldrake, 1994, p. 163) El animismo sería una concepción de la naturaleza que conectaría con
el pansiquismo que contempla la existencia de consciencia en aquellos sistemas
autoorganizados, de forma que el surgimiento de mentes humanas en cerebros y cuerpos
humanos supone una diferencia de grado, pero no de clase, respecto a otras formas de la
materia (Sheldrake, 2020, p. 333). Esto se puede comprobar en el pensamiento infantil donde
se produciría una formación inconsciente del símbolo como ocurre con las impresiones
interiores que el niño proyecta en muchas ocasiones sobre los elementos, los fenómenos o los
movimientos de la naturaleza que constituirían esquemas de asimilación que deforman esos
datos exteriores en función del Yo” (Piaget, 2019, p. 347). Esto se produciría en las primeras
etapas de la infancia sobre todo la comprendida entre los cuatro a los siete años donde más de la
mitad de los niños concebirían las montañas como vivas y por esta causa los montes habrían
crecido. Este animismo nos muestra como el niño poseería un pensamiento que no se puede
encerrar en formulas topándonos con una combinación de imágenes y esquemas motores donde
existiría ideas de fuerza y de vida que “están penetradas por estos enlaces inexpresables”
(Piaget, 2008, p. 32). Esta asimilación egocéntrica del niño característica de las estructuras
preconceptuales de la naturaleza tendría que ver al mismo tiempo con una asimilación simbólica
que estaría presente en la consciencia colectiva de la sociedad, donde se puede comprobar como
el ser humano persistiría todavía en experimentar el carácter sacro de la naturaleza donde
sentimos la necesidad “de volver a la naturaleza, o bien la necesidad de encontrar inspiración en
el campo o en los lugares salvajes (Sheldrake, 202, p. 34). Esta aspiración ancestral provendría
de un sentido residual de lo sacro que en la actualidad se encontraría fragmentado y
desarticulado (Sheldrake, 2020, p. 34). Esto se debería según M. L. von Franz a la acentuada
falta de una personificación femenina del inconsciente que se habría compensado mediante un
materialismo exacerbado que incluso se habría apoderado de la tradición cristiana,
produciéndose una oscilación que habría ido de un extremo al otro en la historia de la religión.
Desde el principio “hubo una falta de consciencia, una actitud desequilibrada hacia el problema
de la deidad femenina y por consiguiente de la materia, porque la Divinidad femenina en todas
las religiones se proyecta siempre en la materia y está ligada con el concepto de materia (Von
Franz, 1999, p. 314). El culto a la Gran Madre sería análogo a la materia prima, el mercurio de
la alquimia que tendría el significado de metal o plata viva y al mismo tiempo de alma cósmica.
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Así la Madre Lousine que habita en las aguas representa el aquáster de los alquimistas, es
decir el principio de la materia densa y confusa, el alma vital que tendría que ver con el
inconsciente. Para Basile Valentin “este mercurio es el <huevo de la naturaleza>, madre de
<todos los seres engendrados por la bruma tenebrosa> (Durand, 1981, p. 216). Las aguas
serían las madres del mundo y la tierra sería madre de los seres vivos, la tierra y el agua eran
considerados primitivamente como “la primordial materia del misterio, aquello que se penetra,
aquella que se excava y que se diferencia simplemente por una resistencia mayor a la
penetración (Durand, 1981, p. 219).
R. Sheldrake señala como experimentaríamos lo sagrado cuando dejamos de estar
separados y desconectados de las demás personas, de forma que lo sacro puede entrar en nuestra
vida cuando somos capaces de romper con las limitaciones. Esta experiencia puede evocarse en
ciertos lugares por su numinosidad como ocurriría en las montañas, manantiales, cascadas o
cuevas que tendrían un poder especial debido a las corrientes telúricas, las corrientes
subterráneas de agua o los flujos subterráneos de electricidad: “Las propiedades de estos lugares
dependen de sus conexiones con sus entornos terrestres, y también de su relación con el
firmamento y los cuerpos celestes. (Sheldrake, 2019, p. 267) Sri Aurobindo señala como las
fuerzas cósmicas se moverían incesantemente mediante masas, olas y corrientes que
constituirían y reconstituirían no solo a los seres sino también a los objetos incluso a los
“movimientos y sucesos, entrando en ellos, pasando a través de ellos, formándose en ellos,
arrojándose desde ellos en otros seres y objetos” (como se citó en Dalal, 2012, p. 76). Estas
propiedades eran conocidas por Emma Kunz, artista autodidacta que investigó remedios
medicinales que se basaban en minerales y plantas de su entorno. En 1940 descubrió en una
cantera romana una piedra con propiedades curativas antinflamatorias debido a “su composición
mineral y sus energías biodinámicas (Fig. 1). Kunz bautizó a la piedra como AIONA, que
significa <sin límites> en griego” (Straine, 2020, p. 42).
Figura. 1. Cantera romana donde Emma Kunz descubre la roca que denominó AIONA
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Krafort_im_Emma_Kunz_Zentrum.jpg
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La Madre Tierra: ritual y naturaleza en el arte de la mujer.
En los años setenta habría una tendencia en el movimiento feminista de búsqueda de una
nueva imagen poderosa de la mujer vinculado con la naturaleza y el culto a la Diosa, con el fin
de enmendar las equivocaciones de la cultura con los <derechos de la naturaleza> (Jones,
2006, p. 144). Artistas como Rebeca Horn llevan a cabo performances en plena naturaleza como
Einhorn (1970) donde la artista camina por un trigal y un bosque ornamentada por un cuerno
único que porta en su cabeza, este símbolo del unicornio sería para los alquimistas una imagen
hermafrodita que transciende la unión de la doble sexualidad, mientras que en la Edad Media se
convertiría en símbolo de la encarnación del Verbo de Dios en el seno de la virgen María
(Chevalier y Gheerbrant, 1999, p. 1037). En la Tabula smaragdina vemos este arquetipo del
unicornio representado junto a la Virgen donde aparece un <hijo> de inconmensurable
fortaleza, que baja a la Tierra y penetra todo lo sólido (Jung, 2005, p. 276). Para C. G. Jung la
Virgen desde el punto de vista astrológico no sería sólo un signo de tierra, sino que significaría
la Tierra, llamando la atención como el cuerno del unicornio sería un símbolo andrógino que
enlaza con el misterio de la copa, ya que al igual que ésta, sería un continente teniendo una
significación femenina además de un carácter masculino de poder y fuerza. Einhorn representa
una fecundación espiritual de carácter andrógino donde la propia artista experimenta esta
consciencia fuerza, diciendo la artista sobre su experiencia:
La performance tuvo lugar a primera hora de la mañana con la intensidad
de la luz y el rocío de fondo- con un sol más desafiante que cualquier público…
Su conciencia apasionadamente eléctrica: nada podía detener su viaje en
trance… (como se citó en Reckitt y Phelan, 2005, p. 104)
El arte de la mujer contemporánea respecto de la naturaleza tendría un carácter cósmico y
sacro ya que las artistas sienten como la tierra sería un elemento esencial de nuestra consciencia
como vemos en la obra de Louise Bourgeois realizada en 1976 titula Solf Landscape (Paisajes
blandos), creación escultórica donde representa el cuerpo humano como un territorio análogo a
la naturaleza con sus montañas, cuevas, oquedades y agujeros, diciendo al respecto: “Me parece
evidente que nuestro cuerpo es una figuración que aparece en la Madre Tierra. (como se citó en
Mayayo, 2002, p. 27)
A. Daniélou señala como las cavernas nos permiten penetrar en el seno de la tierra siendo
lugares sagrados desde sus orígenes, así en el Trantismo, las cavernas simbolizarían “una
especie de vaginas en el cuerpo de la Tierra Madre. Son veneradas como el órgano femenino.
Son refugios que permiten un regreso al seno de la madre y lugares propicios para los ritos más
sagrados (Daniélou, 2021, p. 180).
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En Occidente la representación románica de Sheela-na-Gigs sería un ejemplo de este
simbolismo. Esta figura enigmática de una mujer desnuda que muestra una vagina desmesurada,
constituiría una imagen arquetípica análoga a las entrañas de una cueva como vemos en la
famosa ménsula de la Iglesia de Santa María y San David de Herefordshire en Inglaterra, cuya
imagen nos retrotrae la diosa Laja Gauri de la tradición hindú. En el arte románico de la
Península Ibérica también estará presente este simbolismo como se aprecia en los canecillos
bajo el alero del ábside de la ermita románica del siglo XIII de San Miguel de Población de
Campos (Palencia), donde vemos en conjunción de forma simplificada la representación del
órgano masculino y femenino (Fig. 2-3).
Figura 2 Figura 3
Figuras 2 y 3. Canecillos de la Ermita de San Miguel, Población de Campos (Palencia), siglo XIII.
Las imágenes sagradas hindúes del ligam y del yoni que aparecen en los templos, en el
campo y en los hogares serían símbolos sexuales, formas primitivas del neolítico que habrían
subsistido a través del tiempo, asociándose con el dios Shiva y su diosa Devi, constituyendo
“como un símbolo primario del connubium divino, a través del cual el mundo es a la vez
generado y disuelto (Campbel, 1991, p. 495). Este simbolismo aparece en la performance de
Carole Schneemann titulada Interior Scroll (Rollo interior) de 1975, donde la artista concibe la
vagina como un arquetipo de totalidad “que une el espíritu y la carne en la veneración de la
Diosa (como se citó en Jones, 2006, p. 144). Este lugar cavernoso donde se conjuga según
Schneemann lo masculino y lo femenino, sería como una “cámara traslúcida» en la cual la
serpiente desenroscada se convierte en el modelo externo, un puente de unión entre el
conocimiento interior y exterior, diciendo la artista al respecto: “… animada por su tránsito de
lo visible a lo invisible, una espiral rodeada por la forma del deseo y los misterios generativos,
atributos del poder sexual femenino y masculino (como se citó en Jones, 2006, p. 144).
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La serpiente como arquetipo de totalidad tendría que ver con la energía primordial o
principio de desarrollo de la manifestación representada por Shakti que simboliza el poder de
realización de Shiva. Cuando se desplaza el universo la serpiente se desenrosca, ya que la
energía primordial sería el origen de los ciclos del tiempo, mientras que cuando el universo se
repliega sobre mismo, se enrosca de nuevo y sirve de cama a Vishnú (la fuerza de cohesión)
dormido, según un mito cosmológico nacido de la experiencia del Yoga (Daniélou, 2021, p.
171).
Las grandes diosas madres de la naturaleza que tendrían a la serpiente como atributo
como ocurre con Cibeles, Deméter, Atenea o Isis. En la tradición universal la serpiente sería
dueña de la mujer porque también lo es de su fecundidad como se puede comprobar en la
cultura india donde las mujeres adoptan una cobra para quedarse embarazadas apareciendo
también esta costumbre en las sociedades matriarcales africanas. En las descripciones de unos
petroglifos en Australia realizadas por padre E. F. Worms, de Broome, en el desierto noroeste
en el alto río Yule que se denomina como Mangulagura o “Isla de la mujer” se han encontrado
una serie de grabados donde sólo aparecen figuras femeninas: “De sus prominentes vulvas salen
tres líneas, que pueden representar emanaciones mágicas de algún tipo, y sobre ellas hay un
dibujo de una serpiente arco iris”. (Campdell, 1991, p. 362). La serpiente sería lo mismo que el
cuerpo del unicornio ya que constituiría “el principio que hace madurar y realizar todas las
cosas” (Jung, 2015, p. 278). Para C. G. Jung este arquetipo no solo encarnaría nuestro
psiquismo inferior sino también tendría que ver con nuestro misterio, ya que, si renegamos de la
vida original y la serpiente que la encarna, estaríamos igualmente renegando “de todos los
valores nocturnos de los que ella participa, y que constituyen el barro del espíritu” (Chevalier y
Gheerbrant, 1999, p. 937).
En los años setenta artistas como Ana Mendieta presentan el cuerpo femenino como
elemento simbólico de reconexión con la naturaleza a través de una obra intimista donde siente
la fuerza de la tierra a través de su cuerpo que se convierte en un elemento de conocimiento que
conecta con lo cósmico. Sus acciones terrestres o siluetas de 1979 se convierten en rituales
destinados a reactivar sus creencias arcaicas en los parajes naturales de Iowa y México, lugares
donde imprime la huella de su cuerpo desnudo sobre la tierra, la arcilla o las rocas en
combinación con hojas, musgos, flores o sangre, además de grabar su figura con fuego, ceniza,
agua y humo. Estas imágenes arquetípicas nos retrotraen a los rituales de enterramiento curativo
que se producirían en numerosas culturas o a los cultos neolíticos relacionados con la Madre
Tierra, como los nichos iniciáticos excavados aprovechando los afloramientos de roca arenisca
de Santiuste-Corvio (Palencia) donde se encuentran diversos huecos antropomorfos cuyas
dimensiones varían desde los dos metros hasta un metro como los encontrados en la sierra de
Cádiz, cuya finalidad tendría que ver con ritos religiosos. y de fecundidad, estando situados
generalmente cerca de dólmenes y de los abrigos con arte rupestre. Si nos tumbamos dentro de
esta cavidad que nos envuelve completamente se puede sentir la unión del cielo y la tierra (Fig.
4-5).