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Revista de Investigación y
Creación artística
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Ordinario VI
Octubre 2022
Investigación
ISSN: 2659-7721
DOI: https://dx.doi.org/10.48260/ralf.6.119
Hay otro aspecto que debe ser analizado detenidamente y cuyo origen
se encuentra en el propio submundo de las artes escénicas, mereciendo más
el calificativo de fractura interna que de evolución. Una de las priorizaciones
que más llama la atención actualmente es la de la retransmisión de las artes
escénicas –ópera, danza, circo, teatro, etc.– a través de una pantalla. Grabar
espectáculos teatrales para el cine o la televisión no es nada perjudicial y
puede tener claros beneficios, como el fin documental, el archivo para fines
posteriores o para investigación. También puede hacer llegar un espectáculo
o un determinado autor a lugares donde sería muy difícil verlo. O, incluso,
podemos ver a actores y actrices ya fallecidos con su propia voz en el
escenario. Hay un sinfín de razones para grabar espectáculos. Otra cosa es
grabar teatro que ya –o todavía– puede verse en los escenarios de medio
mundo únicamente para recaudar entradas o vender el espectáculo a
televisiones y plataformas de streaming. Como ya se ha descrito en
investigaciones previas, el formato, tanto en la música, como en el cine y en
las artes escénicas, es tan importante como el contenido, ya que este último
se ve influido por dicho formato (Autor, 2016; Autor, 2021). Considerar medios
tan poderosos como el cine, la televisión o Internet como medios actuales y
no tener en cuenta su tendencia en el futuro es un error grave. Dar por
sentado que, con los multimillonarios presupuestos que se manejan en estos
sectores, los agentes económicos se van a quedar quietos grabando y
proyectando artes escénicas sin mover ficha para un siguiente paso es de
ilusos. En primer lugar, las grandes productoras de televisión y las
plataformas de streaming aprovecharán un efecto psicológico que se
produce en el espectador –y que ya se ha producido antes en otros sectores–,
gracias a la banalización del formato. Lo que en el cine pareció una
revolución, con el paso de la proyección en película de 35 mm al cine digital,
resultó ser una falsa revolución, como algunos ya argumentaron en su
tiempo (Belton, 2002; Autor, 2016). La razón reside en que si alteras el
formato, adoptando una nueva tecnología, esta alteración produce, no solo
un cambio en los hábitos de consumo, sino en el propio trabajo, como es la
filmación de todo tipo de producciones audiovisuales. No es lo mismo filmar
para –y pensando– en el cine para ser proyectado en 35 mm, que filmar para
–y pensando– en el cine digital para exhibirlo en salas de cine digital, en
televisión y en plataformas de streaming. El “contenido” es algo que puede
exhibirse en infinidad de pantallas, desde televisores a teléfonos móviles, y
las salas de cine digital han tenido que asumir ese rol, el de ser una
plataforma más que tiene que competir con millones de pantallas que
llevamos en el bolsillo. Por tanto, ya hoy en día, los espectadores están
asumiendo que la película que ven en su televisor –o en su teléfono móvil– es
cine.